Es el único edificio de toda la calle Sant Elm sin la ropa tendida en los balcones. Algo tan tonto le confiere aquí un aire de digna pulcritud. Estamos en la Barceloneta: popular, canalla, salada, bachata y fritura de pescado... Uno de los barrios más auténticos y menos globalizados de la ciudad.

Pienso en Rubianes, el mejor de todos los tiempos.

Al entrar en esta vivienda me gusta cómo me siento. Hay orden y claridad. El suelo es de un pavimento de madera sin barnizar. Quisiera estar descalzo, pero sería una excentricidad impropia de una primera visita; incluso de una tercera o cuarta en una vivienda que no es la propia.

Hay pocos muebles (casi todos de anticuario), una cocina muy blanca y bien equipada, una mesa junto a la ventana (donde deberían estar casi siempre las mesas), una escalera que nos lleva al piso superior.
El dormitorio ocupa la casi totalidad de la planta si no fuera por un baño elegante y completo (un milagro de la geometría) y el hueco de la escalera. Hay un armario enorme que ocupa toda la anchura de la pared y toda su altura. Las dos balconeras dejan pasar la luz tan blanca de los lugares próximos al mar.
Abro las balconeras con la esperanza de ver la playa, pero las viviendas que dan a Almirall Cervera me lo impiden... así que miro al cielo y veo las gaviotas, y huele a mar y a Monoï de Tahití.
“Ahora que no me ven, me quito los zapatos."